sábado, 10 de mayo de 2014

Psicología más allá de los libros.

Estudié Psicología para ayudar a las personas. Así de simple, inocente y algunos pensaréis, utópico. Pues sí, quizás tengáis razón, pero es un motivo genuino y que no se ha distorsionado a lo largo de los años. Y para ser Psicóloga Clínica tengo que hacer el PIR, la residencia. Cuatro años de formación que, aunque no exentos de carencias, es la vía la especialidad. Pero antes, te pasas un tiempo estudiando, después de los ya 4-5 años de carrera y quizás, algún máster entre medias. Digamos entonces que llevamos años con el culo pegado a la silla, y los que te quedan. Y entonces, ¿lo de ayudar dónde queda? Te repites a ti mismo: no tengo que perder de vista el objetivo, todo esto no es en vano, lo conseguiré y de verdad, seré útil y podré aliviar a personas que sufren. Y mientras tanto hay niños que se desmayan en la escuela porque pasan hambre, personas que pierden su hogar, que no tienen nada más que valentía y ganas de sobrevivir. Y tú sigues sentado en la silla y te has gastado 50 euros en fotocopias. Y ahora mismo tu única necesidad y lo único que te apetece hacer es salir un rato, tomarte algo, cenar por ahí, ver una peli, cocinar. Y mientras tanto, madres y padres sin recursos económicos que no pueden permitirse tener otro hijo, homosexuales acosados en la escuela, inmigrantes que tenían un sueño y mueren en la frontera. Pero tú tienes que seguir, es como si el mundo de ahí fuera no existiera. Y quizás te pares un momento a pensar en todo esto, se te encoja el corazón ante la sonrisa de un niño que prueba por primera vez el agua potable. Y quizás entonces quieras salir huyendo, hacer algo de verdad, colaborar. Personas que dan la vida por mejorar la de los demás. Y te sientes impotente. Y entonces piensas "bueno, ya ayudaré, para eso estoy estudiando tanto" y entonces, te consuelas un poco a ti mismo. Pero no al mendigo de la esquina, a él no le consuela nada. Ni al abuelillo polimedicado que no tiene para pagarse las pastillas porque alguien ha decidido que su pensión es más que suficiente. Y quizás te asquees porque tú mismo quieres formar parte del Estado, de ese Estado que no protege a nadie, pero que ves como única alternativa. ¿Y si creamos nosotros los caminos? ¿Qué podemos hacer? Y tenemos miedo. Y luego todos queremos nuestro despacho, nuestro sueldo fijo, nuestro reconocimiento. Es completamente natural, como quienes mueren por cólera y sólo desearían tener agua limpia. Cada uno quiere lo que necesita, y quizás un poco más. Pero yo me hice psicóloga por un motivo que iba más allá de mí y aquí sigo, en mi ordenador, escribiendo esto y sin hacer nada por los demás.

Esperemos que algún día, merezca la pena.

Así que levantad la vista de los Belloch, del DSM y salid un rato. Observad el mundo, a las personas. Sus virtudes, sus defectos. Lo maravillosa que es la vida aunque el mundo se caiga a cachos. Y desead fervientemente formar parte de él, desead con todas vuestras fuerzas que la vida de cada ser vivo de este planeta, sea algo que realmente pueda ser llamado vida. Quizás aprendamos más de los demás escuchándolos, mirándoles a los ojos, cogiendo la mano de un padre que llora porque sus hijos tienen que irse del país, del niño que comparte sin pensar en nada más. Y quered formar parte de ello.

Estudiad, estudiad mucho. Pero no os olvidéis de por qué lo hacéis.

martes, 6 de mayo de 2014

Etiquetas: psicólogos o contrapsicólogos.

En los últimos tiempos, he sido partícipe de varios debates y he leído varios artículos acerca de la supuesta "etiquetación" que realizamos psicólogos clínicos y psiquiatras con nuestros pacientes. Parece estar de moda, no sé, nos pensaremos que es algo muy nuevo esta discusión. Pero lo que más me sorprende es que todas las opiniones que he oído/leído (si hay alguien discordante,¡por favor, que hable!) están a favor de "no etiquetar". Bien. Lo primero es que, a mí parecer, estamos confundiendo términos y realidades. No, señores y señoras, dar un diagnóstico a un paciente NO es etiquetarle. Cuando utilizamos este término sí que estamos dando a entender que podemos concebir a los seres humanos cual productos, reductibles, simples, intercambiables. Tenemos que partir de la premisa de que eso no es verdad, de modo que "etiquetar" en sí queda absurdo referido a un ser humano, y quien trate a una persona como algo "etiquetable", sí que está cayendo en un error. Eso sí es ser mal profesional. De modo que hablemos propiamente y refirámonos al diagnóstico. ¿Es una persona meramente un diagnóstico? ¿Son las clasificaciones diagnósticas válidas? ¿Recogen toda la diversidad de problemas y matices de los seres humanos? ¿Es completamente correcto partir de un modelo médico que crea y cree en entidades nosológicas separadas? NO. No hay que ser un genio para responder a estas preguntas, son todas las críticas que se le han hecho al DSM y la CIE, entre otras clasificaciones. Pero a veces nos olvidamos también de sus ventajas: permiten la comunicación entre profesionales, la creación de inventarios, de investigaciones, te pueden hacer advertir detalles que no habías evaluado o de los cuales no te había percatado, entre otras cosas. Claro que están llenas de intereses económicos y de muchas índoles, claro que no son verdades absolutas. Esa es otra de las premisas de las que deberíamos partir y no olvidar. Pero todo esto, lo es desde el punto de vista del profesional. Que podemos seguir discutiendo años y años sobre si "ese trastorno no debería estar conceptualizado así" o "ahora me enfado y no uso DSM" y blablabla (por favor, nótese el toque de humor, aquí cada uno que use lo que quiera partiendo de su propio criterio). Pero ¿y el paciente? ¿Nos ponemos en el punto de vista del paciente? Se supone que todos aquellos que defienden el NO diagnóstico, sí lo hacen. Dicen que puede hacer sentir a la persona una enferma, o crear un problema grave donde sólo hay una disfunción o una crisis vital, encasillarla y no permitirla avanzar. Pues bien, eso NO es problema del diagnóstico, es tanto problema del profesional como del paciente en sí. Si tú no sabes transmitirle que a pesar de tener un TLP es mucho más que eso y que tiene inquietudes, sueños y virtudes, que saber qué es un TLP le puede ayudar a conocerse a sí mismo y a identificar qué patrones puede cambiar y con cuáles ha de estar alerta, si el paciente no advierte eso, es responsabilidad tanto del profesional que no sabe transmitirle adecuadamente la información, como del propio paciente que se refugia en un diagnóstico para no avanzar y tener justificación para todos sus males. Pero es que eso le puede ocurrir lo mismo con diagnóstico o sin él. Bien, eso es una parte de la realidad clínica y obviamente hay que evaluar en cada caso hasta qué punto realizar un diagnóstico "oficial" por así decirlo o no (aunque fuera de lo clínico, en los burocrático se necesita el diagnóstico para muchas tramitaciones, pero bueno) y evaluar no solamente trastornos, sino el nivel de adaptación y la vida general del paciente. Pero es que hay otra parte, señores y señoras. Esas personas que llevan tiempo sufriendo, que no entienden qué les ocurre y que, a veces, el diagnóstico les puede ayudar a comprenderse, a aliviar su dolor porque por fin saben qué les ocurre. Eso lo vemos mucho mejor en el mundo de la medicina, pero en la psicología clínica y la psiquiatría aún nos andamos con pies de plomo. ¿Y la familia? ¿No le puede ayudar y ser útil también a la familia?

Con esto no pretendo hacer apología del diagnóstico. Ni de lo contrario. Quiero resaltar que en la historia de la ciencia siempre ocurre lo mismo: una postura radical, la opuesta y, finalmente, el punto intermedio. Y que si tanto criticamos la "etiqueta/diagnóstico", al discutir sobre ella/o como algo "global y universal que afecta a todas las personas por igual", si hacemos eso, discúlpenme, somos los primeros que estamos reduciendo a los pacientes a hechos simples.

Así que nada, recordemos que somos psicólogos clínicos y psiquiatras críticos, sí, con nuestra labor y con la ciencia, pero no contrapsicólogos ni antipsiquiatras.

Por último, como reflexión  y apunte personal (como si todo lo anterior no lo hubiera sido ya), ya que hablamos de etiquetas, ¿qué ocurre con las etiquetas positivas? No parece que nadie se alarme por decir de alguien "es que es optimista" o "extravertido". Como si eso sí pudieran ser verdades universales. Y en relación a lo positivo de cada ser humano, no estaría mal que los profesionales recalcáramos más la parte buena, funcional, adaptativa...etc de los seres humanos. No es que esta sea una idea nueva, pero parece que la tenemos olvidada cuando hablamos permanentemente de problemas/trastornos/desadaptaciones.

Así que qué tal si redefinimos el diagnóstico/etiquetado y lo enriquecemos, lo completamos.
Qué tal si en vez de discutir entre nosotros, nos fijamos en qué siente de verdad el paciente y qué necesita de nosotros.